
Quedé embarazada a principios de 2014, a los 17 años, cuando el año escolar recién comenzaba y debía cursar el cuarto año medio. Mi “pololeo” era normal, sin embargo, desde una mirada retrospectiva, puedo ver que siempre me dejé dominar e influenciar en distintos aspectos de la relación.
Me enteré de mi embarazo a los tres meses de gestación y fue un verdadero balde de agua fría, no solo para mí sino también para mi familia. El golpe fue duro, un shock para todos. Yo no lo podía creer, tenía tantos planes en mi vida… Ir a la universidad a estudiar medicina, la carrera de mis sueños… Sabía que tenía un bebé dentro de mí, pero solo lo asumí cuando vi crecer mi barriga.
Cuando mi pareja y yo le informamos a mi mamá de mi embarazo fue un momento muy difícil, también para mis hermanas y ni hablar de mi papá. Soy la menor de tres hijas y ellos jamás se imaginaron que yo siendo tan joven les daría una noticia tan perturbadora. Sobre todo mi mamá, a ella se le cayó el mundo. Mi hermana mayor, Maru, hacía tres meses había dado a luz a mi sobrina Josefa y todos estábamos encantados con ese nacimiento. Mi papá, al enterarse de mi situación, rompió una mesa a martillazos. Si bien él es tapicero, no es la forma habitual en que hace su trabajo.
Mi mamá y mis hermanas, a pesar del impacto de la noticia, me brindaron su apoyo desde el principio, por el contrario, mi papá me señaló que en cuanto cumpliera mi mayoría de edad, debía salir de la casa. Esto por supuesto produjo desavenencias familiares que me hacían sentir muy desalentada.
A pesar de todas las dificultades por las que atravesaba, junto a mi mamá nos unimos en la entonación de daimoku. Más que nunca fortalecimos nuestra práctica diaria con la determinación de no dejarnos vencer pasara lo que pasara. Y me esforcé por asistir a las reuniones de mi grupo Los Diamantes, no dándome tiempo para decaer, aunque muchas veces me sentí muy atribulada. Mis compañeros del Sector Oeste en todo momento me apoyaron con palabras de aliento y con daimoku. También muchos otros miembros de otras zonas a quienes había conocido en mi período dentro de la División de Jóvenes fueron cálidos y comprensivos. Siento una profunda gratitud hacia todos ellos, ya que así pude sentir cuán importante es nuestra organización, la gran familia Soka.
En mi colegio tuve un gran apoyo y todas las facilidades para cumplir con mis estudios y el cuidado de mi embarazo. Esto también producto de mi buena fortuna y de basarme en todo momento en la fe.
Recuerdo que mi última participación con los jóvenes fue para la conmemoración del 16 de marzo de 2014. Debo reconocer que sentía mucha pena de tener que moverme hacia la División de Damas, ya que era muy joven y no sabía cómo iba a relacionarme con ellas. Sinceramente, eran muchas presiones que debía afrontar en todos los aspectos.