Jamás ser derrotada

Tengo 20 años y nací en una familia budista de la SGI. Soy peruana, vivo en Chile hace nueve años, y estudio nutrición y dietética. Soy madre de Alexander de un año y ocho meses; él es mi vida y mi gran inspiración.

Quedé embarazada a principios de 2014, a los 17 años, cuando el año escolar recién comenzaba y debía cursar el cuarto año medio. Mi “pololeo” era normal, sin embargo, desde una mirada retrospectiva, puedo ver que siempre me dejé dominar e influenciar en distintos aspectos de la relación.

Me enteré de mi embarazo a los tres meses de gestación y fue un verdadero balde de agua fría, no solo para mí sino también para mi familia. El golpe fue duro, un shock para todos. Yo no lo podía creer, tenía tantos planes en mi vida… Ir a la universidad a estudiar medicina, la carrera de mis sueños… Sabía que tenía un bebé dentro de mí, pero solo lo asumí cuando vi crecer mi barriga.

Cuando mi pareja y yo le informamos a mi mamá de mi embarazo fue un momento muy difícil, también para mis hermanas y ni hablar de mi papá. Soy la menor de tres hijas y ellos jamás se imaginaron que yo siendo tan joven les daría una noticia tan perturbadora. Sobre todo mi mamá, a ella se le cayó el mundo. Mi hermana mayor, Maru, hacía tres meses había dado a luz a mi sobrina Josefa y todos estábamos encantados con ese nacimiento. Mi papá, al enterarse de mi situación, rompió una mesa a martillazos. Si bien él es tapicero, no es la forma habitual en que hace su trabajo.

Mi mamá y mis hermanas, a pesar del impacto de la noticia, me brindaron su apoyo desde el principio, por el contrario, mi papá me señaló que en cuanto cumpliera mi mayoría de edad, debía salir de la casa. Esto por supuesto produjo desavenencias familiares que me hacían sentir muy desalentada.

A pesar de todas las dificultades por las que atravesaba, junto a mi mamá nos unimos en la entonación de daimoku. Más que nunca fortalecimos nuestra práctica diaria con la determinación de no dejarnos vencer pasara lo que pasara. Y me esforcé por asistir a las reuniones de mi grupo Los Diamantes, no dándome tiempo para decaer, aunque muchas veces me sentí muy atribulada. Mis compañeros del Sector Oeste en todo momento me apoyaron con palabras de aliento y con daimoku. También muchos otros miembros de otras zonas a quienes había conocido en mi período dentro de la División de Jóvenes fueron cálidos y comprensivos. Siento una profunda gratitud hacia todos ellos, ya que así pude sentir cuán importante es nuestra organización, la gran familia Soka.

En mi colegio tuve un gran apoyo y todas las facilidades para cumplir con mis estudios y el cuidado de mi embarazo. Esto también producto de mi buena fortuna y de basarme en todo momento en la fe.

Recuerdo que mi última participación con los jóvenes fue para la conmemoración del 16 de marzo de 2014. Debo reconocer que sentía mucha pena de tener que moverme hacia la División de Damas, ya que era muy joven y no sabía cómo iba a relacionarme con ellas. Sinceramente, eran muchas presiones que debía afrontar en todos los aspectos.

Transcurridos algunos meses, mi papá cambió de opinión con respecto a que yo debía salir de la casa. Ese era el objetivo por el cual yo había orado junto a mi mamá.

El 26 de agosto de 2014 nació mi hijo Alexander. Fue la mayor felicidad tanto para mí como para mi familia y en ese instante mi vida cambiaba para siempre.

Teniendo como prioridad a mi bebé, comencé a ver las cosas de una manera diferente. Esto me hizo ver el escaso apoyo de mi pareja en todo lo relacionado al parto, lo cual provocó diferencias irreconciliables entre nosotros. Fue un dolor muy grande para mí, pero seguí fortaleciéndome con la oración y alentándome en las actividades de la SGI. Ya con mi hijo en los brazos me sentía invencible. Actualmente, mantenemos una relación cordial enfocada en el desarrollo de nuestro hijo.

En muchos momentos difíciles que pasé, conté con el apoyo de mi familia y de mis compañeros de fe. También, el recuerdo de mis abuelos fallecidos Max y Dora, fervientes practicantes del budismo y activos miembros de la SGI, me inspiraban a no dejarme vencer y vivir según el ejemplo que siempre vi en ellos.

En 2015 comencé a participar en el Grupo de Señoras Jóvenes del Sector Oeste. Junto a ellas estudié el libro La sonrisa de Kaneko durante todo un año. En él, encontré maravillosas enseñanzas para mí en mi condición de madre. Me sentí cada vez más motivada y apoyada por mis compañeras de grupo. Entonces, comprendí que ese era mi lugar y que aquel era el entrenamiento correcto para mi vida.

En uno de nuestros encuentros, nuestra amiga de fe Cecilia Chales de Beaulieu, relató su experiencia de haber enviudado muy joven, quedando con un hijo de un año y medio, Vicente, que actualmente tiene diez años. Su lucha de levantarse sola, su sabiduría y su fortaleza basadas en la práctica del budismo de la SGI, han sido una gran enseñanza para mí. Escuchar cómo se refería a su vínculo con el maestro y a cómo basada en sus orientaciones pudo salir adelante, rehaciendo por completo su vida, me emocionó profundamente y es una postura que jamás olvidaré.

Una vez graduada de la enseñanza media, ingresé a la universidad para estudiar nutrición y dietética, una carrera que me tiene fascinada y motivada. Pude obtener beca debido a mis buenas calificaciones y beneficios universitarios acordes a mi situación. Estoy cursando el tercer semestre y mi objetivo es avanzar hasta titularme para ejercer como una gran profesional, siendo un aporte a la sociedad, tal como nos enseña nuestro maestro, el presidente Ikeda, cuyas orientaciones me han levantado una y otra vez.

Agradezco profundamente a mi madre por su apoyo incondicional, por haber confiado en mí y por haberme sostenido firmemente en mi práctica de fe día tras día y mes tras mes.

Mi papá adora a mi hijo y éste ama a su Tata, de hecho, canta daimoku junto con él e imita sus movimientos con el juzu frente al Gohonzon. Si bien di un paso agigantado hacia la adultez, me siento afortuna de haber tenido una base sólida en la cual sostenerme en momentos de grandes dificultades. Ese piso que resistió mis grandes cambios fue la práctica diaria y sostenida del gongyo y del daimoku, motivada por mi asistencia a las reuniones donde cada vez me llenaba de fuerza y esperanza para seguir adelante. Mi gratitud es inmensa hacia la organización.

Veo el futuro con optimismo, con alegría y con pasión. Quiero retribuir a mis padres y darle lo mejor a mi hijo Alexander. En mi medio social quiero propagar el budismo de Nichiren Daishonin y el movimiento de la SGI a mis nuevos amigos. Quiero contar mi experiencia a cuanta joven me encuentre en mi camino.

Para terminar, quiero compartir con ustedes un pasaje del libro La sonrisa de Kaneko, donde ella expresa lo siguiente: “Recuerden, más importante que ganar siempre es ocuparse de no perder. En cualquier situación, que les toque vivir, nunca sean derrotadas”.

¡Muchas gracias!

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