JAMÁS OLVIDAR MI DEUDA DE GRATITUD

Nací en Paraguay y a los 16 años me trasladé a Argentina junto a mi familia. Allí viví por 32 años hasta que en 2009 viajé a Chile donde vivo hasta hoy.

Mis inicios en la práctica budista se remontan a 1989 cuando me encontraba afectada por una fuerte depresión. Mi familia, compuesta por mi esposo y dos pequeños hijos, estaba sumida en el caos y la violencia.

Mi estado era de total desesperación. Recuerdo que un día salí a la calle, miré al cielo y clamé diciendo: “¡Que alguien me diga qué debo hacer! ¡Alguien debe explicarme cómo es la vida! ¡Quiero respuestas!”

A los pocos días, mi esposo me habló del budismo, ya que sin querer había estado presente cuando una persona le hacía shakubuku a un amigo suyo.

Yo me negué rotundamente. ¡Lo encontré ridículo! No entendía que alguien como él, tan intelectual, me hablara de ese tipo de cosas. Mi postura era reacia a esta nueva enseñanza. Es más, como mi esposo y yo nos habíamos separado, esta invitación a conocer el budismo solo me parecía una estrategia de su parte para que nos reconciliáramos.

A pesar de todas mis dudas y prejuicios, accedí a visitar la casa de este matrimonio budista, aunque ellos de antemano no me agradaban.

Una vez ahí, la dueña de casa abrió la puerta y me miró con una sonrisa cálida y amable. Me sentí de inmediato bienvenida y tranquila. Olga, así se llama, me transmitió confianza y paz.

De entrada le dije: “Yo estoy muerta. Solo vine hasta aquí por mis hijos, por la felicidad de ellos”. Ella me miró y me dijo algo que cambió mi visión para siempre, y fue lo siguiente: “Daisy, ningún hijo puede ser feliz si ve sufrir a su madre”.

Fue un diálogo muy profundo, de corazón a corazón.

Yo hablo guaraní, que es un idioma muy difícil, pero al escuchar Nam-myoho-renge-kyo, me pregunté cómo esa sola frase podría cambiar algo en mi vida. Olga y su marido me invitaron a intentarlo, de alguna forma me desafiaron a invocar y yo me comprometí. Incluso el esposo me dijo que si yo probaba y no obtenía resultados, él me autorizaba para ir a su casa y tirar su altar al suelo. Y yo estaba decidida a taparle la boca, demostrándole que nada iba a cambiar.

Estaba muy deprimida, sin esperanzas, pero siempre he sido una mujer de palabra, por eso empecé a cantar daimoku en el baño de mi casa para que nadie pensara que definitivamente ya había perdido la razón.

Al tercer día sentí una paz inexplicable dentro de mí, una sensación tan especial y agradable, como hacía mucho tiempo no sentía, o quizás jamás había sentido. Nunca dejé de practicar, de entonar daimoku cada día de mi vida, hasta el día de hoy. Y por supuesto, jamás fui a tirar el altar al suelo de aquellos amigos, al contrario, comencé a luchar junto a ellos.

Nunca más perdí la esperanza, jamás dejé de practicar. Mis hijos ya están grandes y han formado sus propias familias. Una de mis máximas alegrías es poder luchar junto a mi hija Clara Elisa, que también vive en Chile. Ella es una gran inspiración para mí. En 1993 tuve la gran oportunidad de encontrarme con Sensei en Argentina, ocasión en la grabé dos puntos en mi vida:

  • Atesorar y proteger a los jóvenes.
  • Nunca olvidar que yo soy la SGI, dondequiera que me encuentre. Que mi conducta jamás debe estar por debajo del espíritu de mi maestro y de la organización.
En todos estos años de lucha incesante, he aprendido a hacer del daimoku la base de mi vida, tal como nos alienta la Sra. Kaneko Ikeda a las miembros de la División Femenina con nuestra primera guía eterna que dice “Todo comienza por la oración”.

Feliz, emocionada, llorando, decepcionada… No importa por la situación que esté pasando, mi primer paso siempre ha sido y será sentarme frente al Gohonzon. Ahí está mi fuerza, mi sabiduría y mi alegría de vivir.

En mi corazón, mi único deseo es jamás olvidar mi deuda de gratitud con Sensei y jamás ser derrotada. En cuanto a Chile, aunque venía solo por 10 días, ya han pasado más de 6 años. Recuerdo que cuando salí de Pinamar, Argentina, mi responsable me dijo que ya era tiempo de establecerme. Y aquí estoy, decidida a cumplir mi misión por el resto de mi vida. Mi compromiso con Chile es absoluto y hago mías las palabras de Sensei cuando cruzó la cordillera de los Andes: “¡He triunfado!”

En esta Nueva Era del Kosen-rufu Mundial, en este Año de la Expansión, me voy a esforzar por continuar propagando el Budismo de Nichiren Daishonin a mi alrededor, alentar a las personas basada en las orientación de mi maestro, el presidente Ikeda, y sumar más personas felices a las doce que ya han recibido Gohonzon bajo mi recomendación y responsabilidad.

En abril de este año (2016) pude concretar un objetivo largamente anhelado: viajar por primera vez al Japón para asistir a un curso de capacitación junto al presidente Ikeda y a los miembros del mundo. Fue una experiencia muy enriquecedora y jamás olvidaré todo lo vivido junto a mis compañeros.

Todo es causa, todo es beneficio. Lo importante es lograr esa comprensión. Mi decisión fundamental es jamás olvidar mi deuda de gratitud con mi maestro. Ese es el motor de mi lucha. Para concluir, comparto con ustedes el pasaje del Gosho La felicidad en este mundo: "Sufra lo que tenga que sufrir; goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida, y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo, pase lo que pase. ¿No sería esto experimentar la alegría ilimitada de la Ley?"

¡Muchas gracias!

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