Convirtiendo el veneno en remedio

Tengo 40 años, estoy casado con Carolina Ávila, y tenemos una hermosa hija llamada Bárbara. Soy ingeniero en sonido y me desempeño como sonidista en el medio televisivo.

En el verano de 2012 me encontraba celebrando mi cumpleaños y el de mi cuñado en su parcela en Pirque. Había gran cantidad de invitados, todo era alegría, algarabía y pasarlo bien, sin embargo, al momento de acercarme a mi padre, éste me cuenta que se encontraba un tanto incómodo, porque andaba hace un par de días con un malestar y dolor importante en su cuello. No le di mucha importancia y le dije que se tomara un buen whisky y que con eso pasaría.

Al día siguiente, mi madre me llama y me dice que mi padre no sigue nada de bien y que el dolor ha ido en aumento, así que decide llevarlo al médico. Luego, me relata que le practicaron varios exámenes y que tiene algunos resultados, pero no los entiende, debido a su tecnicismo. Con los exámenes en mano y muy preocupado, envío éstos donde un amigo neurocirujano para que me diga realmente qué es lo que tiene o padece mi padre. Más tarde mi amigo me relata que lamentablemente los exámenes arrojan como resultado que tiene un severo cáncer a los huesos, el cual provocó una fractura en la cervical C3 y debía internarse de forma urgente, ya que esperar más tiempo podía significar que quedara cuadripléjico o peor aún que muriera. Esta noticia fue un golpe muy fuerte que como familia debimos afrontar. El doctor nos recetó un cuello ortopédico y ordenó a mi padre internarse inmediatamente.

Mi vida hasta ese entonces era de altos y bajos, por ejemplo en lo económico había problemas, ya que apenas llegábamos con mi sueldo y el de mi mujer a fin de mes. En ese entonces vivíamos con mi suegra que se encontraba con un cáncer hepático importante.

Con gran esfuerzo logramos internar a mi padre en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile para que lo pudieran estudiar y practicarle los exámenes necesarios. Mi padre no tenía previsión, eso significaba que a medida que pasaban los días la cuenta de su hospitalización seguía subiendo. Mi madre me relata que justo hace algunos años había adquirido un seguro oncológico que podía activar, pero que necesitábamos trasladar a mi padre de clínica para que este empezara actuar, ya que no trabajaba con la institución en la que se encontraba.

Fueron días muy difíciles para nuestra familia y para mí. Ahora sólo faltaba que el doctor a cargo diera la autorización para poder trasladar a mi padre de clínica y así poder dar uso al seguro oncológico que tenía. Me fui muy temprano a la clínica para poder hablar con el doctor, sin embargo no aparecía, el tiempo pasaba y nada, hasta que en un momento llegó mi inmensa buena fortuna de encontrarme con la hermana de mi padre, mi querida tía Juanita, que me invita a tomarnos algo a un café. Accedí y le dije que me serviría para despejarme un poco. En el café conversamos un rato, ella veía que yo estaba muy preocupado y triste por todo lo que pasaba.

Después de conversar un poco, y viendo lo afligido y complicado que me encontraba, me habla de la SGI y del Budismo Nichiren. Escribe sobre un pedazo de papel la frase Nam-myoho-renge-kyo y me dice que repita esa frase cuantas veces pueda con mucha fe y convicción imaginando lo que quiero o necesito. Me dijo que esta enseñanza cambiaría mi vida, y así fue.

Me habló también de que todo es causa y efecto y que el significado de la frase es un tanto complicado de entender en tan poco tiempo, pero me serviría si lo aplicaba. Luego me fui del café y empecé a entonar la frase tal cual me lo había dicho, sin saber y entender, pero con mucha fe y convicción. Al momento de ingresar a la clínica y de una forma casi “mágica”, encuentro al doctor bajando por la escalera tal y cual lo había imaginado, con delantal blanco y su estetoscopio colgando. Me dirigí de inmediato a él y le pedí hacer el traslado urgente de mi padre al otro centro de radio medicina; él accedió amablemente. Realizamos el traslado de mi padre sin problema a la otra clínica (Tabancura), efectuamos todos los trámites pertinentes gracias a la gran ayuda que me brindó mi esposa Carolina y de esa forma comenzó a funcionar el seguro oncológico.

El plan a seguir del médico a cargo era operar a mi padre fijando de manera correcta su columna, para luego iniciar rápidamente el proceso de radio y quimioterapia para estancar su agresivo cáncer.

Llegó el día de la operación a su cuello, lo dejamos en pabellón deseándole que todo saliera bien, brindado todo nuestra fe y apoyo y nos fuimos con mi madre y hermano a almorzar a un lugar cercano. Mientras almorzábamos mi hermano Pablo recibe una llamada del doctor que estaba operando en ese momento a mi padre, le cuenta que éste había sufrido un paro cardíaco y que se encontraban realizándole una reanimación, y que por favor nos dirigiéramos de forma urgente donde él.

Mi nivel de angustia y temor a perder a mi padre crecía aún más. Rápidamente llegamos a comunicarnos con el doctor, él nos dice que mi padre sufrió un paro cardíaco y que no pudo operar. Además nos relata que tiene tres arterias del corazón tapadas y debe practicarle una angioplastía a la brevedad. Ahora todo se complicaba de nuevo, mi padre al borde de la muerte y además a una deuda de la primera clínica se sumaba la operación al corazón que lamentablemente el seguro no cubría y que su coste era elevadísimo.

En ese año yo era trabajador de Televisión Nacional de Chile, mis ingresos no eran suficientes y sólo pensaba en qué hacer para poder pagar la deuda que habíamos contraído como familia. Así surge la idea de recurrir de manera concreta a un bingo solidario que nos ayudaría a apalear un poco los gastos. Hablé con mi hermano y con mucha fe me puse a trabajar siempre entonando daimoku. Primero le pregunté cuántas entradas mandaba a imprimir y me dice: yo no creo que vendamos más de 300 así que imprime esas solamente. “No”, le digo yo, “necesitamos imprimir unas mil para que logremos nuestro objetivo de reunir lo necesario”. Le propuse pedir ayuda a los familiares más cercanos, y a toda la gente que nos quisiera ayudar. Realicé una reunión con todos los amigos y familiares más allegados, en esos momentos me comporté como una persona de mucha fe y convicción, cosa que sin duda me ayudó enormemente.

Gracias a la entonación diaria del daimoku empecé a notar un cambio importante en mi vida y mi entorno, ahora ésta cobraba sentido y se comenzaba a enrielar. Todas las cosas empezaban a suceder de forma armónica y con sentido.

El día que fui a cotizar con mi hija por el valor de las entradas a la imprenta me encontré con dos personas que jamás pensé hallar en use lugar. Voy caminado con mi hija Barbarita de la mano y de repente me gritan “Faby, Faby”, me giro y era Karen Doggenweiler y Julián Elfenbein (dos personas muy conocidas de la TV). No podía creerlo, y además en ese lugar, una calle pequeña en Bustamante. Me preguntan cómo estoy y qué hago ahí; les relato brevemente lo que andaba haciendo y de forma espontánea me dicen que realice el Gran Bingo, pero con artistas de la TV y que ellos cordialmente lo animarían. Esto fue una excelente noticia, así que nos pusimos a trabajar.

En sólo dos semanas vendimos mil entradas por mano, al bingo se sumaron 22 rostros más de la televisión que quisieron aportar a esta causa. Fue una maravillosa actividad, muy emotiva, con mensajes de aliento que jamás olvidaré y de personas que ya han partido como Sapito Livingstone y Ricarte Soto, entre otros. De hecho, el último mensaje que envió Ricarte a mi padre dice: “la mejor quimioterapia que puede tener es el cariño de su hijo…”. Ese texto me llegó al alma y me hizo ser más fuerte y enfrentar este proceso de otra forma.


Al bingo asistieron mis familiares cercanos, amigos, actores, animadores, cantantes y magos. El número de cierre fue la cantante María Jimena Pereira, la cual me invita a tocar con ella y la banda, diciéndome: “tu padre va a estar feliz de verte de nuevo en los escenarios”, y así fue.

Toda mi familia nos ayudó, mi primo Felipe Cárcamo nos colaboró con las gráficas y diseños que estuvieron maravillosos. Incuso por ahí apareció la frase Nam-myoho-renge-kyo y eso llamó la atención de una persona famosa que la reconoció y me preguntó si era budista, a lo que respondí que no aún, pero la práctica que había hecho hasta ese momento había revolucionado positivamente todo mi ser.

Gracias al daimoku que entoné día a día y a todo el trabajo en equipo que se realizó en el bingo, pudimos cubrir gran parte de la deuda. La Ley mística me permitió extraer mi fuerza, coraje y convicción de salir adelante con mi familia y mi padre.

Una de los conceptos budistas que más me ha llamado la atención es el que se refiere a “convertir el veneno en remedio”. Siempre lo aplico a mi vida transformando lo negativo en algo positivo, de la mano con mi ferviente daimoku.

En el plano laboral, asumí con mucha valentía mi renuncia al trabajo en la TV que había realizado con dedicación y esfuerzo por más de 13 años. Con el dinero del finiquito pude emprender y potenciar mi productora de eventos, que hasta ahora continúa creciendo.

Me gustaría compartir unas palabras del presidente Ikeda que me marcaron todo este proceso que viví: “La vida no siempre está calma, si fuera así, nunca podríamos crecer y desarrollarnos como seres humanos. Si triunfamos nos envidian, si fracasamos recibimos burlas y ataques, lamentablemente la gente es así. Puede que nos aguarden dolores y penurias inesperadas, pero precisamente cuando los tiempos se ponen difíciles no debemos sucumbir a la derrota. ¡Jamás se den por vencidos!¡Jamás retrocedan!”

Hoy en día, mi esposa, mi hija y yo somos miembros budistas de la SGI, tenemos nuestro Gohonzon y seguimos practicando fuertemente con mucha fe y convicción.

Mi padre, luchando todavía y ha logrado mantener estancada su enfermedad haciendo su vida prácticamente normal.

Realizando la práctica budista he logrado muchos beneficios, tanto en lo familiar, en lo emocional como en lo económico. Estoy totalmente agradecido de ello y siempre aliento a mis amigos en problemas. Trato de hacerlos pensar y ver la vida de forma optimista y positiva, como un budista, explicándoles que los cambios deben comenzar desde uno y de esa forma hacia el resto, como una reacción en cadena.

Queridos amigos, sigamos avanzando unidos para lograr la paz en el mundo y la felicidad de todos los seres humanos.

¡Muchas gracias!

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